Friday, January 26, 2007

El niño prodigio se mimetiza


Aquel mismo día desayunando, decidió que quería ser alfarero. El sólo fantasear con el tacto del barro transformándose entre sus dedos, le transportó a un universo de tornos y arcillas que le disparató el espíritu. Sus falanges se hundían gloriosamente en la mantequilla, cuando una sonora colleja de su madre truncó su temprana vocación de buena mañana. Así, sin más. Justo en el momento en que notaba que de sus yemas iba brotando una enigmática pericia artesanal. Justo cuando aquel misterioso hormigueo comenzaba a aflorar, van, y le quitan la inspiración –y la tontería- de golpe.

El hormigueo se transformó en un leve picor alrededor de su cuello y en una aniquilante desazón que se propagaba como napalm por la jungla de su infinito ego infantil. Bajó al parque aún desconsolado por el ostión recibido. Como de costumbre, sus vecinos pateaban un balón. Se acercó con su mejor sonrisa pero se negaron a dejarle incorporarse, lo que también era habitual. Vale que su fama de matao le precedía. Pero esta vez fueron especialmente crueles con los empujones y hasta alguno decidió que era, incluso, más divertido patearle a él. Así que se fue a refugiar a la fuente, allá donde las niñas jugaban a la comba.

Entonces, arrinconado por el cocherito leré, se le vino a la cabeza Schuster. El ídolo de su padre cuya foto colgaba de un viejo banderín que coronaba el comedor familiar. Estaba absorto rememorando los mejores goles del alemán, cuando de pronto su desaliñada mata de pelo se desinfló de golpe, sus negros rizos se transformaron en una lacia melena rubia, y hasta le salió un bigote de un espesor impropio para un niño de su edad. Miró su reflejo en la fuente y comprobó que se había transformado en todo un Schuster de ocho años. Con la autoestima jaleada, volvió al partido en busca de venganza. Pero se encontró, así pisó el campo, con un balonazo en la cara que lo derrumbo como a un muñeco de feria.

Esta vez anduvo muy ágil para levantarse, ya que el golpe le había devuelto a su vulnerable estado natural, y hasta esquivó casi todas las patadas. Mientras huía a la carrera, se aceleró, al darse cuenta de que su recién descubierto don era todo un hallazgo que cambiaría su vida para siempre. Sobreexcitado por la revelación, se apresuró a mimetizarse por todo el barrio antes de que le dieran la hora de comer. Se hizo pasar por un capitán de la policía, que ordenó al avinagrado guardia Marcial confiscar el balón de sus crueles vecinos. Fingió ser un ricachón, que convenció al huraño Don Honorato de que le iba a comprar quince coches de lujo si los pintaba todos de colorines. Y ya corrompido por tanto poder, llegó a meterse en la piel de una monja liberal, un poco descarriada, que sedujo al pecaminoso cura Bautista para que le pasara el examen de sociales que tenía al día siguiente.

Era el rey del mundo, se trasformaba libremente en todo lo que se le antojaba. Podía ser lo que quisiera y sólo tenía que evitar los palos. O mejor aún, pegarlos él. Se encaramó, como gato, a la copa del árbol más alto del parque y desde allí todo cobró sentido. A estas alturas era el amo y señor de la jungla. Así que convulsionándose cual orangután en celo, rugió al mundo:

¡Viva la guerra! ¡Viva la guerra! ¡Viva la gue…!

Fulminado por una certera pedrada en la sien, bajó de la parra. Mientras caía a plomo, vio la cara de su asesino que aún sujetaba el tirachinas del crimen. No pudo evitar caer a trompicones entre las ramas, ni estamparse de bruces contra el césped, ni oír las risotadas de sus vecinos preceder a su estertor ultimo.

Así fue como el niño prodigio se mimetizó para siempre, con la flora del parque -y por culpa de la fauna-. Estampando su malograda imagen en el verde espesor de la selva y, desde ahora, camuflada en tu retina.

Autor: Juan Fernandez

Su realismo


Paris, 1935. El niño prodigio, sorprendiendo a propios y extraños, dibujó un globo aerostático con cabeza de velero que atravesaba el cielo raso del mediodía francés mientras hostias consagradas con el pene erecto perseguían palomas blancas de luz divina. Apollinaire, amenazado por la brillantez de la obra, lo expulsó del movimiento fundiéndolo a blanco. Había nacido el expresionismo abstracto.
Autor: Albert Seguín

El niño prodigio de buena fe


El niño prodigio de buena fe vivía en la selva amazónica.
Quería ser amigo de todos los animales.
Quería que la felicidad corriera a raudales.

Pero la suya era una tarea faraónica
puesto que sus supuestos amigos no eran seres racionales.

Anciano tiburón, tú que te has quedado sin dientes.
¿Por qué te haces el malo
si en el fondo tienes buen corazón?
Si prometes ser bueno con los demás
yo te traeré una dentadura para que vuelvas a masticar.

Gorila con patillas, gorila con patillas,
he de pedirte un favor.
Necesito tus colmillos
para que nuestro amigo el tiburón deje de ser un predador de pacotilla.

Elefante inmigrante, Elefante inmigrante,
he de pedirte un favor.
Necesito tus colmillos
para que nuestro amigo el tiburón devore como antes.

Pantera feroz, Pantera feroz,
he de pedirte un favor.
Necesito tus colmillos
Para que nuestro amigo el tiburón supere su dieta a base de arroz.

Don Pelícano ricachón, Don Pelícano ricachón,
he de pedirle un favor.
Necesito sus… vale, nada.

Rata salvaje, Rata salvaje,
he de pedirte un favor.
Necesito tus colmillos
Para que nuestro amigo el tiburón se olvide del potaje.

El niño de buena fe vivía en la selva amazónica.
Se creía amigo de todos los animales.
Pero ninguno quiso escuchar sus argumentos racionales.

Anciano tiburón, la tarea ha sido dura
y sin buenos resultados.
Pero como en mis propósitos yo nunca he abandonado
aquí te ofrezco mi hermosa dentadura.

El niño de buena fe vivía en la selva, entre la maleza.
Quiso ser amigo de todos los animales.
Y por saltarse las leyes de la naturaleza…

…murió devorado.

Autor: Marc Forcada

Esperando un guía


Ese eras tu, el atormentado, esperándote.
Ese eras tu, el desabrazado, esperándonos.
Ese eras tu, el desesperado, esperando un guía.
Transplantado demasiado pronto, antes de que los primeros amores pudieran afianzarse en tu corazón.
Sobre cada error cometido cargaste con la culpa.
Un paso adelante, dos hacia atrás,
La violencia de lo que sufriste
La vergüenza de la persona que llegaste a ser.
Excesivos puntos de irritación.
Sabias que la tristeza de los hombres está en los hombres.
Que significaba para ti?¬¬¬, Que significaba para nosotros?

Ese eras tu en busca permanente de hogar,
que nunca encontraste porque quien lo buscaba era el niño que ya no era y porque, quien alguna vez lo buscó, lo buscó extemporáneamente.
Retrato de los traumas y la degeneración.
Sabias que una pistola cargada no te liberaría.
No creíste en el amor por eso te olvidaste.
No elegiste la vida por eso acertaste.
Los dolores que sufriste y que nunca fueron liberados.
Sin cruz, en lo profundo del corazón, de dónde el orgullo dominó,
acariciaste la tristeza pura.

Ese eras tu, sin poder amar, amando mal, estorbosa e inadecuadamente. Amando siempre fuera de tiempo.
Cada ausencia un cielo de tinta.
Cada perdida trajo finalmente su golpe.
Claro que pudiste escoger.
Ese eras tu, esperándote, esperándonos.
Ese eras tu, esperando algo más.
Esperando un guía, ese eras tu.

Autor: Josep de Vic Soler

The revolution will be not televised


-¡Esto es una vergüenza!
-Yo no sé adónde iremos a parar…
-No está bien que estropeen así el barrio…
-¿Eso no es pedofilia o algo así?

La opinión era unánime en la peluquería de Rosa. La pintada que había aparecido esa mañana en la pared del parque era una infamia. Una rebeldía incívica e injustificada que afeaba el barrio y molestaba a sus habitantes.

Sólo tres días tardó la carta de solicitud de limpieza en llegar al Ayuntamiento. Y mientras enviaban a los de la limpieza, la vida del barrio siguió su curso..

El tema surgía a veces en la carnicería, el bingo o a la salida de Misa. Sin voces discordantes, el veredicto estaba claro: en las próximas elecciones no votarían a ese Alcalde.

La pintada empezó a formar parte del paisaje del barrio. Los vecinos, cada vez que pasaban por delante, se detenían un momento y devolvían la mirada a ese niño.

De pronto Rosa decidió que iba a apadrinar un niño. Sin hijos, sin marido, era libre para emplear su dinero en lo que quisiera.

-Pues yo no lo veo tan distinto de tu hijo, el pequeño.
-Tu estás loca, qué se va a parecer…

Aquella noche, Marta pasó más de media hora viendo cómo su hijo Javier dormía a pierna suelta, resolviendo que si el chico aprobaba las Matemáticas le compraría el skate.

Un mes después, Javier le pidió a Sara que saliera con él. Ensayó delante del espejo una y mil veces la cara que debía poner: la del niño de la pintada en la pared. Durante dos semanas fueron los novios más felices del mundo.

Aquella mirada. Era una mirada entre resuelta y miserable. Como sabiéndolo todo de la vida pero sin esperar realmente nada de ella. Una mirada de la que no podías escapar.

Durante seis meses, aproximadamente, el barrio vivió un extraño revivir. Los negocios prosperaban, las relaciones mejoraban y todos estaban encantados con su vida y, casi más importante, con la de los demás.

Hasta que un día, sin previo aviso, la pintada desapareció.

-Al fin y al cabo, no era tan fea, la pintada.
-A los niños les gustaba.
-¿No os recordaba a mi hijo Javier?

El veredicto estuvo claro: en las próximas elecciones no votarían a ese Alcalde.


Autor: Piter Garre

Intravisión


- ¿Cómo lo ves? ¿Algo roto?
- Roto no. Pero hay hemorragia interna. Grado 1.
- ¿Cuándo ocurrió?
- Ni idea. Parece que lleve años así.
- Mierda. ¿Y nos avisan ahora?
- Sí. Lo trajeron ayer. Las placas son de esta mañana.
- Aquí hay poco que hacer. Está todo revuelto.
- Podemos tapar algunas cosas. Mira; la navidad y las drogas están juntas. Cortamos ahí arriba y desaparecen las primeras ilusiones.
- Dirás los primeros engaños.
- Sí, eso.
- No me preocupa tanto como el tiempo. Hay marcas por todas partes; ha perdido mucho, y es consciente.
- Lo tiene muy extendido. La metástasis ha sido rápida.
- Dejémoslo, da igual. Podemos atacar el área derecha y extirpar las borracheras y los conciertos. Todas sus noches pasadas. Eso le daría algunos años.
- Yo preferiría hacer un torniquete en el brazo izquierdo. Paralizaría los recuerdos de la infancia y de su familia. Y de paso contenemos los efectos de esa mierda de cultura setentera que tiene danzando por ahí.
- Y ya. Esto no tiene mucho arreglo. Las memorias vacacionales no tienen acceso directo, están detrás del centro respiratorio. Afectaría a zonas demasiado delicadas.
- Tendremos que dejarlas. Si acaso el pecho, corte fino y extracción de iconos.
- Pobre chaval.
- ¿Se sabe qué fue?
- Ni idea. Supongo que lo de siempre.
- Otro ingenuo. ¿Por qué querrán asimilarlo todo? Menuda tontería.
- Tonterías las que guardan. Cada vez más. Mírale, está lleno de gilipolleces.
- Así les va, que no se enteran de nada.
- Ya.
- ¿Un café?
- Dale.

Autor: Rubens Perez

Afterhours


Por la mañana ya no quedaba nadie.
Sólo tú.

Bailando de lado a lado de la cama al son del silencio, con el pelo elegantemente enmarañado. Saboreando aún la última cerveza tibia que decidiste tomar, celebrabas la llegada de tu preciosa musa la resaca y recitabas extraños poemas amargos como arcadas.

Por aquel entonces la cosa ya se había puesto mucho más punki que reggae, oh yeah.
Eras la anarquía en cuerpo y alma y el futuro que esperabas sólo llegaba hasta el lavabo.

Con la cabeza enterrada en el círculo de mármol sentías los aromas del sudor recién hecho, aún salado y fresco, y recordabas que los samuráis se aplicaban los dedos pulgares e índices mojados en saliva sobre el pabellón y el lóbulo de las orejas en este tipo de ocasiones pero ya era demasiado tarde porque tras un nanosegundo de ataraxia pasaste al siguiente acto de tu obra, sin saber, sin pensar si aquello era éxtasis o agonía.

Lo que viste allí después sí que era una fiesta.

Autor: Marc Torrell

Ensayo pseudocientífico acerca de la hipocondría. Lo que el ojo clínico no ve.


La hipocondría no se elige, igual que la enfermedad. De un tiempo a esta parte los años parecen correr más rápido que uno y eso inevitablemente da que pensar. Algunos le llaman sacar conclusiones, hacer balance, otros diagnosticar.
Salvo excepciones contadas las cosas tienen una graduación, un calibre que las sitúa a lo largo de un eje con dos extremos. La hipocondría forma parte de la regla y como tal, aparece en el extremo derecho del eje de la expresión corporal. No me refiero a la expresión corporal con los demás, en un sentido externo, del tipo abrazo, sonrisa, bostezo. Estoy hablando de la comunicación del cuerpo con uno mismo.
A su izquierda aparecen conceptos como la aprensión, el alarmismo, la sospecha o la mera intuición. Así, desplazándonos por el eje, es como llegamos al extremo izquierdo, y entonces es cuando llegan las sorpresas: -“quién lo iba a decir?”, -“si es que no somos nada!”. El hipocondríaco lo dijo.
No se debe asimilar, porque no es cierto, el pesimismo con la hipocondría. Eso sería lo mismo que equiparar la iniciativa a la hiperactividad o el pasotismo al autismo. El pesimismo, igual que la iniciativa o el pasotismo, son cuestiones relacionadas con la actitud de las personas, y ésta a su vez, está estrechamente relacionada con factores como la educación o el entorno social. La hipocondría, por el contrario, de la misma manera que la hiperactividad y el autismo, son diagnósticos clínicos y eso los convierte directamente en enfermedades, algo que no podemos achacar a los libros leídos o a las costumbres de una pandilla de amigos.
El presente ensayo pretende ir un poco más allá. Intenta demostrar como los propios síntomas de esta enfermedad, poseen a la vez los elementos curativos para terminar con ella. El hipocondríaco se caracteriza por auto diagnosticarse enfermedades, normalmente incurables y de trágico final, que en principio, objetivamente no padece. Socialmente, eso lleva a considerarlos como personas sanas cuando en realidad, como apuntábamos en reflexiones anteriores, son enfermos. Es ahí dónde reside la grandeza de la hipocondría, en su retroalimentación. Es por eso que los lamentos quedan totalmente justificados. Es de esta manera como el hipocondríaco, con la cabeza bien alta, debe continuar gritándole al mundo que no se siente bien.
En el fondo resulta evidente que se trata de cierta defectuosidad en el diagnóstico realizado por los sujetos afectados, pero supongo que a estas alturas no vamos a recriminarnos el hecho de no haber estudiado la carrera de medicina, de lo contrario, que cada uno gestione sus pleitos, atrape a sus ladrones y apague sus fuegos.

Autor: Roger L. Ayala