Friday, January 26, 2007

Ensayo pseudocientífico acerca de la hipocondría. Lo que el ojo clínico no ve.


La hipocondría no se elige, igual que la enfermedad. De un tiempo a esta parte los años parecen correr más rápido que uno y eso inevitablemente da que pensar. Algunos le llaman sacar conclusiones, hacer balance, otros diagnosticar.
Salvo excepciones contadas las cosas tienen una graduación, un calibre que las sitúa a lo largo de un eje con dos extremos. La hipocondría forma parte de la regla y como tal, aparece en el extremo derecho del eje de la expresión corporal. No me refiero a la expresión corporal con los demás, en un sentido externo, del tipo abrazo, sonrisa, bostezo. Estoy hablando de la comunicación del cuerpo con uno mismo.
A su izquierda aparecen conceptos como la aprensión, el alarmismo, la sospecha o la mera intuición. Así, desplazándonos por el eje, es como llegamos al extremo izquierdo, y entonces es cuando llegan las sorpresas: -“quién lo iba a decir?”, -“si es que no somos nada!”. El hipocondríaco lo dijo.
No se debe asimilar, porque no es cierto, el pesimismo con la hipocondría. Eso sería lo mismo que equiparar la iniciativa a la hiperactividad o el pasotismo al autismo. El pesimismo, igual que la iniciativa o el pasotismo, son cuestiones relacionadas con la actitud de las personas, y ésta a su vez, está estrechamente relacionada con factores como la educación o el entorno social. La hipocondría, por el contrario, de la misma manera que la hiperactividad y el autismo, son diagnósticos clínicos y eso los convierte directamente en enfermedades, algo que no podemos achacar a los libros leídos o a las costumbres de una pandilla de amigos.
El presente ensayo pretende ir un poco más allá. Intenta demostrar como los propios síntomas de esta enfermedad, poseen a la vez los elementos curativos para terminar con ella. El hipocondríaco se caracteriza por auto diagnosticarse enfermedades, normalmente incurables y de trágico final, que en principio, objetivamente no padece. Socialmente, eso lleva a considerarlos como personas sanas cuando en realidad, como apuntábamos en reflexiones anteriores, son enfermos. Es ahí dónde reside la grandeza de la hipocondría, en su retroalimentación. Es por eso que los lamentos quedan totalmente justificados. Es de esta manera como el hipocondríaco, con la cabeza bien alta, debe continuar gritándole al mundo que no se siente bien.
En el fondo resulta evidente que se trata de cierta defectuosidad en el diagnóstico realizado por los sujetos afectados, pero supongo que a estas alturas no vamos a recriminarnos el hecho de no haber estudiado la carrera de medicina, de lo contrario, que cada uno gestione sus pleitos, atrape a sus ladrones y apague sus fuegos.

Autor: Roger L. Ayala

1 comment:

Anonymous said...

YATO DIGO!! esta será la mía.
ayala